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Reflexiones en torno a los colectivos teatrales.

  • Foto del escritor: Arte !Oh currantes
    Arte !Oh currantes
  • 5 feb 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 12 feb 2019

Por: Doménica Andaluz



El teatro constituye, sobre las páginas de la historia del Ecuador, una herida dulce. Desde su origen, ha albergado en su interior estilos cambiantes, producto de la improvisación contextual de diferentes habitantes o grupos sociales. Actualmente, el término “Colectivo Teatral” se ha ido popularizando, sólo en la capital del Ecuador existen un sinnúmero de propuestas independientes, nacidas del gusto y el afecto por el teatro. A pesar de un creciente reconocimiento, los colectivos juveniles teatrales son, por lo pronto, un borroso intento de algo que todavía no es, pero que desea surgir.


Antes de empezar, es clave poder tener una leve noción sobre los colectivos antes referidos. Éstos son aquellos grupos de actores que, reunidos con el fin de hacer teatro, buscan explorar varios aspectos de la actuación. Los resultados de estas reuniones, construidos mediante el diálogo en comunidad, son de alta relevancia y pueden llegar a construir obras inéditas.


En la ciudad de Quito, existe sólo un colectivo teatral juvenil abierto al público bautizado como “Guagua Pichincha”. Éste es dirigido por Irina Gamayunova, actriz rusa. La propuesta dista de ser únicamente un taller o curso, por el contrario, la idea de los colectivos radica en fomentar la participación través de la creación. En suma, cada integrante es persuadido para que genere su propia adaptación de una obra ya escrita o, también hay apertura, para que conforme una nueva obra en cooperación con los otros participantes. Es ahí cuando el teatro adquiere una cierta flexibilidad a nivel estructural, es decir, el poder de jugar con el material que uno tenga y dar a aquellos matices el status de belleza dentro de la incertidumbre.


La posibilidad de que estos colectivos emerjan nace de nuestra propia realidad. En el teatro, la escuela y la metodología son una herramienta, más no un esqueleto. Un claro ejemplo es el colectivo Malayerba, creado en 1982 por un grupo de actores que poseían distintas formaciones. Este colectivo era, verdaderamente, un laboratorio. En él, se consagraba el poder de combinar técnicas corporales (orgánicas) con emotividad y memoria. Todo esto gracias a la fusión de conocimientos y, en varias ocasiones, al sentir interno de cada uno.


El teatro es un juego. Es la capacidad de utilizar la imaginación activa, esa que te permite ver mediante los ojos de otro, imaginar ser un personaje cualquiera, así sea el más extraño y abstracto, resulta algo natural en la infancia o juventud. Para poder adentrarte en un personaje tienes que creer que es real, que efectivamente ese momento mágico existe. Un claro ejemplo de esta dinámica de la imaginación activa es el de Raúl Guarderas Guarderas, actor ecuatoriano y promotor del teatro independiente con la creación del Patio de Comedias. Guarderas, desde niño, se destacaba por tener un sentido de la imaginación inigualable que, acompañado de su sal quiteña, cautivaba a cualquiera. En la infancia fue un niño muy perspicaz, se dice que una vez le contó a su madre, muy emocionado, que había sido elegido capitán de un equipo de fútbol, por lo que necesitaba urgentemente unos zapatos adecuados. La madre complació al muchacho. Sin embargo, al día siguiente, en el desfile de los quipos, su madre no lo encontró. El niño consiguió lo que quería valiéndose de un personaje, a saber, “EL CAPITÁN”. Quizá sean este tipo de graciosas experiencias las que hacen que el teatro cobre alma. Todos las hemos vivido alguna vez. Varias de las anécdotas de Raúl Guarderas aún deambulan por la memoria de la ciudad, a pesar de su progresivo olvido.


No obstante, nos surge una inquietud, ¿cuál es la razón de un colectivo? Duda legítima que respondo con el siguiente ejemplo. El 31 de octubre del año pasado, el colectivo teatral Tentenpié estrenó su obra “ENSAYO”, la cual relata cómo sucedió, en Urcuquí entre 1948-1960, la progresiva asociación de varias personas atraídas por el teatro. La creación fue producto de testimonios orales, documentos históricos y, sobre todo, identificaciones personales. El protagonista de la obra es un escritor de nombre Juan Elías Alfaro, quien, con algunos habitantes de la comunidad, decide hacer una propuesta teatral, un montaje, algo improvisado. En “ENSAYO”, se viven acuerdos, riñas, nostalgias y desdoblamientos temporales. Aunque la experiencia de los personajes es realmente escasa, la iniciativa predomina. A veces ensayan donde el zapatero o en casa de alguna vecina. Se ve un compromiso total.


Independiente del año en el que se viva o la edad que uno tenga, las ganas de hacer algo bien contituyen el verdadero impulso para formar grandes expresiones, altas manifestaciones de lo que se quiere decir. El colectivo teatral responde a la necesidad de contar nuestra realidad usando los elementos de la cotidianidad. He recordado una frase de Augusto Boal que describe bien esta situación “lo que nos es familiar se convierte en invisible: hacer teatro, al contrario, ilumina el escenario de nuestra vida cotidiana.”


Existen retos que a la vez son libertades en la creación de estos estilos de cada grupo teatral. Algunas ocasiones vendría a ser el hecho de que, pese a que existe un director, todos son libres de proponer, cada integrante debe tomar una posición autodidacta. Además, todos tienen derecho a realizar ejercicios de actuación sobre un tema en específico. Resulta un poco contradictorio esta dinámica puesto que la individualidad toma gran parte en el asunto, sin embargo, el desafío es poder armonizarla totalmente con el grupo. Día a día, en mi experiencia personal, no he visto actividad más activa para luchar contra el ego dañino de las personas que el teatro en colectividad.


Finalmente, este tema no es un nuevo descubrimiento, sólo una muestra de lo que ya se ha ido trabajando, la vida en nuestro país tiene mucho para contar. La energía que se respira en la sociedad juvenil, en definitiva, no es poca. Creer en la posibilidad de que este tipo de proyectos valen la pena es incentivar a la cultura del arte desde el nacimiento. Involucrarnos generaría un mejor proceso de experimentación, ya que habría más tiempo dedicado al teatro, factor fundamental en cualquier modelo de desarrollo social. El teatro colectivo nos aferra a una humanidad casi muerta y a la sensibilidad de un observador. El teatro colectivo tiene corazón.

 
 
 

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